El nueve de marzo de 2020 decretaron en Italia la cuarentena obligatoria como medida de emergencia frente a la pandemia del Coronavirus. Yo, que estaba de viaje con Nico —mi pareja— por Sicilia, quedé atrapada en la isla.
Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas.
Raine Maria Rilke
Me levanto y me baño. Es la única forma de sacarme la fiaca de la cara. Para meterme a la ducha tranquila tengo que abrir, antes, las ventanas y las puertas, para que corra el aire, para que se despierte la casa. Siempre odié bañarme de mañana por dos cosas: o porque siempre me levantaba con el tiempo justo o porque, después de pedalear todo el día, lo mejor era una ducha de tarde/noche, pero como ahora no salgo, no chivo, la ducha de mañana la convertí en el botón de encendido.
Un día o dos después de que empezó la cuarentena le dije a Nico «hagamos yoga», como si me hubiese caído la solución mágica al problema del sedentarismo, como si siempre lo hubiera sabido, y ahora me enamoré. Hago yoga todos los días: los diez minutos de mañana, de yoga para despertar, y la clase completa por la tarde, que se convirtió en un hábito de dos. Tenemos un calendario en la heladera con los horarios de las clases en vivo y esa cita programada le da sentido a la rutina. Me gusta yoga por dos cosas: la primera, porque no me agito, algo que siempre odié de la actividad física, que me falte el aire. La segunda, porque las posturas me hacen acordar a las clases de gimnasia artística que hacía de chica, y entonces me parece una actividad que puedo manejar. De acá en adelante no me imagino abandonando la práctica: pienso que cuando siga el viaje se puede hacer sobre el pasto, en un departamento, diez minutos u hora y media. Además, me cambia el humor: me deja contenta con mi cuerpo y con la mente tranquila. Con el yoga vino la meditación y acá tengo un hábito a medias: me distraigo fácil y se me cruzan los pensamientos uno atrás del otro. La combinación de yoga y respirar conscientemente es mágica: me acomoda las ideas, me deja zen, me llena de energía.
Viajar es, ahora, mi prioridad. Me tomo este encierro como un paréntesis en el viaje, y el viaje no es más que una suma de muchos viajes, y esta pausa es un viaje interior para estar mejor cuando haya que volver a las rutas.
No sé cómo voy a cuidar el hábito de dibujar, ese que revivió entre las cenizas esta cuarentena, que estaba desaparecido desde épocas de FADU; no sé si la logística de transportar los cuadernos, los marcadores, la caja de doce acuarelas se podría sustentar en el viaje. Hay actividades que son para hacer en movimiento y otras que son para hacer en la quietud.
Son muchas primeras veces: primera vez de yoga, primera vez de meditar, primera vez de irme de casa. Todo este viaje es una gran primera vez. La incertidumbre —el no saber literalmente qué va a pasar mañana— se había convertido en slogan del viaje. Pienso que la cuarentena la encaré con esa actitud, con la flexibilidad que me dio subirme a la bici y pedalear cincuenta, sesenta kilómetros sin tener idea dónde iba a dormir esa noche, o tener que recalcular el destino por una lluvia, por un camping cerrado, por ganas.
El hábito definitivo que se volvió el organizador de las etapas de cada día: amanecer en ojotas, ponerme medias y zapatillas al mediodía y andar en ojotas con medias cuando empieza la nochecita.
Los textos de este Diario de cuarentena están inspirados en disparadores de escritura propuestos por Laura Lazzarino y Aniko Villalba.
Gracias por compartir esas experiencias y bienvenido el yoga a tu vida!!
Te amo
Mami
Si! Me alegra haberlo encontrado!