Diarios de cuarentena I: El refugio

El nueve de marzo de 2020 decretaron en Italia la cuarentena obligatoria como medida de emergencia frente a la pandemia del Coronavirus. Yo, que estaba de viaje con Nico —mi pareja— por Sicilia, quedé atrapada en la isla.


A donde quiera que vaya
a donde quiera que me mueva
nada va a pasar
nada va a cambiar
porque me llevo a mí conmigo
no me quedo allá atrás
no me alejo de mí:
me traigo a cuestas.
Otra casa otro cielo otro tiempo
darán lo mismo: son lo mismo.
La vida no está en otra parte
la vida está donde uno está.


Óscar Hahn


Mi casa de cuarentena es un refugio. La fachada es un muro de piedras medio torcidas, mal pegadas, y todo el muro está un poco caído: es el típico muro de la campiña siciliana, que divide los terrenos con siembras entre dueño y dueño; un muro de final de pueblo, donde termina la vida urbana y empieza la vida agraria.
A nosotros también nos separa de la vida urbana: no tenemos idea qué esta pasando afuera.

Para salir a la calle no hay que abrir con llave ni girar la manija del portón: se toca un botón dorado medio apocalíptico, ese que se toca —como en las películas— para abrir una reja y pasar de jaula en jaula en una cárcel —o un manicomio. 

Desde la vereda no se ve nuestro refugio porque el muro de campiña tiene más de dos metros de alto. Atrás del portón está el pasillo al aire libre, un pasillo largo y angosto con baldosas naranjas por el que se llega a más departamentos. A la izquierda hay un terreno con árboles de nísperos, de naranjas y de limones, aunque es difícil agarrar las frutas porque hay un alambrado alto y algunas noches salimos en una expedición nocturna a robarnos algún limón maduro. A la derecha están los departamentos de los vecinos. Nunca me crucé con ninguno —pero los espié por las ventanas y vi cocinas con cacerolas colgando y televisores encendidos. Para entrar a mi casa camino hasta el final del pasillo, bajo unas escaleras, doblo a la derecha, bajo cinco escalones, giro a la izquierda y llego a mi patio —que está semi enterrado, como toda la casa. Estamos en la casa más escondida de toda la isla.

Como la casa está en el medio del pulmón de manzana, no se escucha el exterior. No hay ventanas a la calle, no sé si pasa gente, si hay pocos o muchos autos, y odio que me pregunten eso, que cuánto movimiento ves en la calle, que si la gente respeta la cuarentena. Lo único que escucho son las conversaciones de los vecinos de arriba, algún pájaro y el enjambre de abejas que zumba entre los árboles frutales: no me queda claro si el silencio es una situación especial por la cuarentena o si la casa es un búnker, un refugio auditivo. 

Adentro de la casa hay cosas analógicas para el ocio: libros en italiano, películas en italiano, cuadernos, lápices, patio con sillas, cartas, como si la casa hubiera sabido que nos íbamos a quedar aislados y en algún momento se iba a ir la electricidad —o peor, el wifi.

Hay días que siento que estamos tan aislados que da lo mismo si estamos en Catania o en Buenos Aires: hace mucho que no hablamos en italiano, que no interactuamos con ningún vecino; me acuerdo que estamos en Italia cuando voy al supermercado. Nos llegan noticias de la Argentina por WhatsApp, por Instagram, lo dicen en la radio, lo leemos en Infobae: sobre qué esta pasando en Sicilia, poco y nada.

¿Estoy segura que terminó la cuarentena?


El patio de casa. Los pasos para hacer el dibujo están en el libro Creative Flow, de Jocelyn de Kwant.

Todos los días extraño algo de mi casa de la Argentina: algún libro de mi biblioteca, el kit escolar —cartones, papeles, marcadores, lápices: una librería artística entera en casa y yo dibujando con birome—, mi mesada donde amaso pizza, el horno, el pasto, salir a la puerta y quedarme parada en el garaje, atrás de las rejas, observando cómo funciona el barrio. Me pregunto si la china sigue repartiendo pedidos del supermercado en ojotas y bata, si Indio sigue ladrando ahora que la dueña está en la casa, si los vecinos aplauden a las nueve de la noche como veo en YouTube.

Mi casa de Argentina también era mi refugio: nada me daba más placer que disfrutar mis cosas y mis espacios cuando volvía de trabajar. A esta casa de cuarentena le pegué dibujos en la heladera para hacerla más casa, le designé lugares a las cosas y ocupé estantes para llenarla de nosotros. A lo mejor ahora extraño por puro capricho. En una de esas noches de melancolía, abrazados en medio del comedor, Nico me dijo que si estuviéramos en casa de la Argentina todas las angustias y los medios me vendrían igual, que la casa es un lugar. Después, pienso en todos los lugares que sentí como casa durante este tiempo de viaje y se me pasa. Ahora me refugio en mis rutinas, en mi creatividad y en mis relaciones, incluso a la distancia. Soy mi propio refugio, mi propio hogar, me repito como mantra.


Los textos de este Diario de cuarentena están inspirados en disparadores de escritura propuestos por Laura Lazzarino y Aniko Villalba.

2 comentarios

  1. Cuántas cosas y reflexiones no lleva a hacer esta cuarentena.
    Los encontró en el medio de ese viaje por el mundo y en el paso final de la nacionalidad italiana. Imagino que fue muy desafiante para vos apropiarse de ese lugar y sentirlo como propio por durante , no se sabe cuanto tiempo.
    Me alegro mucho que la creatividad que te caracteriza te ayude a seguir creciendo y adaptándote a estos tiempos que corren . Te amo.
    Mami

    1. Author

      Seguro a todos nos hace reflexionar… yo también te amo!

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