Historias, notas y pensamientos acerca del viaje en bicicleta por Italia. 5.000 km pedaleados, mucha pasta y días de camping.
«Cuando se miran dos objetos separados, se empieza a observar el espacio entre los dos objetos, y se concentra la atención en ese espacio, entonces, en ese vacío entre los dos objetos, en un momento dado se percibe la realidad.» J. Cortazar y C. Dunlop, “Los autonautas de la cosmopista”.
Cuando vivía en Buenos Aires iba de un trabajo al otro en las bicis de la ciudad y, muy de vez en cuando, pedaleaba por el barrio con mi propia bici, pero nunca jamás imaginé viajar del sur al norte de Italia cosiendo pueblos, regiones, montañas, comidas, dialectos. La ruta, esa línea blanca y delgada del google maps que une un punto a con un punto b se convirtió, para nosotros, en un lugar: un lugar donde pasan (muchas) cosas y los destinos, esas etiquetas verdes guardadas en el mismo mapa digital, pasaron a ser una excusa. Todo lo que le pasa a mi cuerpo y a mi mente arriba de la bicicleta es tan intenso que, si al llegar a un lugar no me pongo a sacar fotos a los hitos turísticos, es porque entendí que TODO es el viaje y que TODO vale la pena ver.
III: carta a mi yo del pasado
Te escribo desde el costado de la ruta. Hoy ya no soporto el calor y tengo los pies húmedos de tanto transpirar las medias. Encontré un poco de sombra, me senté en una roca y arranqué una hoja de mi cuaderno porque quería grabar este momento en mi memoria. ¿Alguna vez te imaginaste que te iba a escribir desde acá?
Estoy yendo hacia la costa; todavía hay que bajar cuatrocientos metros en curvas y no veo la hora de tirarme en la arena y dormirme con el sonido del mar.
Sabés que hay una regla entre los ciclistas: si los pies tocan el suelo, hay que bajarse de la bicicleta; pedalear es ir siempre al ras del piso, como flotando, y que duelan las piernas, y que duelan las manos, pero sin detenerse. Yo a veces freno igual. A veces toco el piso y sigo sentada en mi asiento porque no me importan tanto las reglas, esos criterios del orden de las cosas, de cómo se hace, de cómo se dice. Cuando apoyo los pies para descansar siento que me revelo del mundo deportivo.
Ya van dos meses que no paro de moverme, nunca un día igual al otro, y estoy cansada. Nunca sé bien a dónde me llevan los caminos. A veces voy en subida y me enojo y me digo qué estoy haciendo acá. Otras veces lloro porque me conmueven los valles o las historias. También me mato de risa; ¿cuándo fue el último día que te mataste de risa y lloraste y te enojaste y te conmoviste, todo al mismo tiempo?
Quizás te empiece a doler la espalda, como me pasó a mí, por estar tanto tiempo quieta; a lo mejor tengas que tirar abajo uno o dos pilares de ideas fijas y así empieces a ver lo que tenés atrás tuyo, alrededor tuyo: un mar azul para nadar, las frutas del árbol para comer, las montañas en las que podés acampar.
Te escribo ahora porque es el momento justo: ahora que sabés qué es estar bien es cuando tenés que empezar a dudar. No te quiero adelantar las cosas, ya sé cómo vas a reaccionar, te conozco desde que eras así, pero decime vos si no te tienta, aunque sea un poco, sacudir la caja, dar un par de vueltas, ver hasta dónde somos capaces de llegar.
En el futuro, cuando llegues acá, te vas a acordar de mí.
Un abrazo grande.